Bostezamos varias veces al día, seguramente desde hace cientos de miles de años, y la verdad es que no tenemos una idea muy clara de por qué.
Teorías hay para aburrirse (y bostezar), pero pocas tienen un apoyo experimental sólido.
Seguramente la teoría más extendida es que el bostezo permite aumentar la concentración de oxígeno en sangre y “librarnos” del exceso de CO2.
Esta teoría ha sido contrastada y ha resultado ser totalmente falsa, lo que no impide que sea frecuentemente citada como cierta y fuera de toda duda.
En esto del bostezo tampoco estamos solos. Muchos vertebrados lo practican. En algunos primates se ha identificado un tipo de bostezo que muestra claramente los caninos y constituye un gesto agresivo y que probablemente no tiene nada que ver con nuestro bostezo habitual.
Dado que el bostezo está generalmente asociado a transiciones entre el sueño y periodos de actividad, otra teoría propone que surgió durante la evolución justamente para señalizar a otros individuos estos cambios de actividad.
El problema es que una teoría de tipo evolutivo debería explicar por qué este fenómeno resultó tan ventajoso para los individuos que lo practicaban que los genes correspondientes acabarán siendo seleccionados.
Lo que sí parece claramente demostrado es que el bostezo es contagioso. Además se induce si vemos fotos de alguien bostezando o si nos referimos al tema.
Curiosamente, sólo es contagioso en chimpancés y humanos. Recientemente se ha visto que en pacientes aquejados de autismo no se produce este efecto contagioso.
La teoría más seria de las propuestas dice que el bostezo constituye un mecanismo para refrigerar el cerebro con objeto de optimizar su funcionamiento.
Esto resulta contra-intuitivo, ya que solemos asociarlo al sueño y al aburrimiento, y no a que nuestro cerebro se recaliente.
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No obstante, un artículo reciente publicado en la revista Evolutionary Psychology recoge algunos resultados experimentales que concuerdan bien con esta teoría.
Por ejemplo, los investigadores observaron que la forma de respirar tiene una marcada influencia; el hecho de respirar estrictamente por la nariz inhibió completamente el bostezo entre los sujetos del experimento, y se sabe que esta forma de respirar constituye una forma de refrigerar el cerebro.
Otra interesante observación es que los individuos que se pusieron una toalla fría en la cabeza bostezaron mucho menos que los que se pusieron una toalla caliente.
La conclusión que puede sacarse aquí es que una toalla fría inhibe el bostezo, pero es posible que otros muchos factores tengan un efecto similar. Por ejemplo, se me antoja bastante probable que si a uno le ponen una pistola en la cabeza (fría o caliente) no bostece.
Entre las características de los bostezos se pueden citar:
1.-Si se reprime o evita, el proceso resulta insatisfactorio, incluso molesto.
2.-No se puede interrumpir una vez iniciado pues posee una intensidad característica.
3.-Se contagia.
La que más llama la atención es la referente al contagio. Verlos, oírlos o incluso pensar en ellos puede desencadenar el mecanismo del bostezo.
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